Mi primer recorrido por la Comedia fue de sorpresa, regocijo, aturdimiento. Yo, que no soy creyente, sentí (como siento cada vez que la releo, un canto por día, desde aquella primera vez), que ese Infierno, ese Purgatorio, ese Paraíso, son reales, que el asombrado peregrino y las sombras de Virgilio y de Stacio, y la mirada y la sonrisa de la fría Beatriz son reales, obligándome a creer, absolutamente, en su existencia poética, y definiendo no solo el viaje de Dante sino el mío en este mundo. Cada vez que vuelvo a encontrarme con Dante en la selva oscura y cada vez que comparto con él la última visión "que por el universo se deshoja", tengo la impresión de recorrer un libro nuevo, nunca antes abierto. Eso es, quizá, porque aquella primera vez sentí que la literatura de Dante me estaba revelando el universo entero y todos sus secretos, cuando en verdad me estaba prometiendo una revelación que ni siquiera los ángeles pueden concedernos por completo, y gracias a lo cual seguimos (y seguiremos) releyendo.
El País, agosto de 2011
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